Seguro que aún recuerdas los cuentos de infancia. Los que parecían terribles, aunque no tanto como las historias distópicas o las de ciencia ficción que ahora devoras tan alejadas del futuro o quizá del presente que hemos planeado. En los tiempos que corren he creído buena idea contarte otra.

Es la historia que se esconde tras unos balcones donde todas las noches aparece buena gente que intenta hacer de una situación insólita momentos de buen rollo, solidaridad y agradecimiento. Son vecinos que viven a escasos metros de ti. Algunos tienen una bandera colgada con la que tú no comulgas y otros un día te mortificaron gritando gol al equipo contrario al tuyo. Los menos no te gusta su forma de vestir, porque siempre creíste que esa gente no era de fiar y los más, no los habías visto nunca. Lo mejor es que te das cuenta que en el fondo pensáis igual y no lo sabíais. Lo descubres cuando os miráis y sonreís mientras estáis aplaudiendo a miles de desconocidos que se afanan, jugándose la vida por ti, para conseguir que tu encierro sea lo más confortable posible.

Después cierras la puerta de la terraza, corres de nuevo la cortina y regresas a tu mundo interior. Un lugar prácticamente desconocido, vivas solo o en familia. Un sitio donde el resultado de #quedateencasa  puede tener un final feliz o quizá te quedaste anclado en los de aquellos cuentos.

En el salón ignorado hasta la clausura, unos muebles que elegiste por catálogo o en una exposición porque estaban de moda o porque tu pareja pensó que eran los más adecuados, esperan silenciosos. A ti te dan igual, son objetos que depositas en tu hogar para apenas hacer uso de ellos porque te pasas la vida corriendo de un lado a otro. Por la casa corren uno o dos niños que hasta ahora eran perfectos anónimos, a los que quieres con toda tu alma, pero que diariamente pasan más horas alejados de ti que contigo. Esa pareja resulta ser una persona encantadora, con la que un día decidiste unir tu vida y de la que últimamente estabas cada vez mas distanciado. Entonces comenzáis a compartir tiempo, por imperativo legal sí, pero el resultado es que disfrutáis.

Hay otros hogares donde tras correr la cortina te esperan tus amigos, virtuales porque de otra manera está prohibido. Los tienes recogidos en tu móvil y desde ahí continuáis haciendo la misma vida que antes pero sin chocar cervezas. Se agrupan en los grupos de whatsapp y entre las redes sociales. Los dedos echan humo tecleando ocurrencias, memes, videos y noticias sobre el terrible enemigo microscópico. Estos últimos para los aprensivos, son la confirmación de tus pesadillas más terribles.

De momento estamos en el inicio de la cuarentena. Todo va relativamente bien, incluso te sorprenden los casos de esos irresponsables que no se lo toman muy en serio y te horrorizas de los menos que reivindicando sus libertades contradicen las recomendaciones. Son la muestra de la escasa cantidad de materia gris que contienen sus descerebradas cabezas.

Afortunadamente los españoles hemos estado siempre a la altura de las circunstancias en momentos tan delicados como los que vivimos ahorma. Si no recordemos aquel trágico 11-M en el que nos volcamos a la calle para ayudar. Hoy toca todo lo contrario, quedarse en casa es la pauta marcada. Sin colores, sin ideologías, sin fanatismos ni rencores. Todos a una como Fuenteovejuna.

Pero no olvidemos que el periodo de aislamiento establecido en un principio es de catorce días. Y tampoco perdamos de vista que es muy probable que aumente.

Ante la perspectiva, cuando la necesidad humana de socializar se convierta en un nudo de corbata que aprieta poquito a poco y tú, quizá confundas la dificultad para respirar con uno de los síntomas, estaría bien que volvieras al balcón, solo que esta vez cuando nadie te vea. En ese momento de soledad, con nocturnidad y alevosía si es posible, mira de nuevo esas terrazas y verás lo que tuvo de bueno el encierro. Puede que ahora el dueño de esa bandera no te parezca tan odioso, que el equipo contrario también tiene buenos jugadores aunque nunca jamás lo reconocerás y que ese que vestía tan diferente a ti, pero que se limpió una lágrima de emoción aquel día que coincidisteis aplaudiendo, merezcan la pena.

La historia que acabo de contarte tiene un final feliz. De nosotros depende que no nos coma el lobo feroz.