La pasada semana, la Junta Militar de Burkina Faso exigió la salida de tropas francesas de su país. Pese al silencio inicial de París, al final aceptaron la salida que se completará en breve. Mientras, parece que el Presidente Ibrahim Traoré abre las puertas de su República a Rusia.

A Burkina Faso y a África, en general, le sobran motivos para estar hartos de Francia. Tras décadas de ocupación colonial, en enero de 1944, la Francia Libre celebró la Conferencia Brazzaville para decidir cuál era el futuro de sus colonias africanas. El primer punto de la agenda era razonar por qué su ocupación de África era buena, mientras que la invasión nazi de Europa era mala.

Ibrahim Traoré asume el cargo de Presidente de la Junta Militar.

Después de un breve debate, o más bien un coloquio, ya que en un debate se intercambian puntos de vista, concluyeron que Francia había llevado la civilización y la libertad con su colonización a África. Por el contrario, los nazis destruían y saqueaban los países ocupados. A propósito, entre los cientos de delgados, no había ni un solo negro. Quizás si lo hubiese habido, este razonamiento hubiese despertado menos consenso.

Después de la guerra, la IV República organizó su programa de descolonización. Inicialmente hubo un proyecto para establecer una especie de Commonwealth francesa. Sin embargo, la brutalidad colonial francesa, mucho peor y más segregacionista que la inglesa, mermaba sus posibilidades casi hasta lo imposible. El político y líder conservador francés, Édouard Herriot dejó claro que los habitantes de las colonias nunca se convertirían en franceses cuando sentenció: “Francia no será colonizada por sus propias colonias”.

“Édouard Herriot sentenció: «Francia no será colonizada por sus propias colonias»”

Bajo la V República, en connivencia con Estados Unidos, Francia asumió el rol de gran potencia capitalista en África durante la Guerra Fría. Ha hecho fortuna el símil que describe la labor de la nación gala en el continente negro durante el último medio siglo, como equivalente al rol estadounidense sobre Latinoamérica.

Las políticas neocoloniales de Francia no han conocido rival entre las antiguas metrópolis coloniales europeas. No sólo mantiene numerosas bases militares en más de una veintena de países, sino que asegura su dominio económico sobre catorce países a través del franco de la comunidad financiera del África occidental y el franco de la comunidad financiera del África Central. Aunque ambas monedas se emiten desde dos Bancos Centrales supranacionales africanos, sus tipos de cambio, su valor monetario, en definitiva, dependen del Banco Central francés. En la práctica, esto mantiene a todos esos países bajo el puño de hierro financiero francés e imposibilita una negociación de igual a igual en materia de inversiones, comercio, infraestructuras…

“Francia asegura su dominio económico sobre catorce países a través del franco de la comunidad financiera del África occidental y el franco de la comunidad financiera del África Central”

El daño de la colonización es doble. Evidentemente, el saqueo del continente negro condujo a la destrucción de sus naciones autóctonas, para suplirlas menos de un siglo después, por una serie de fronteras artificiosas. Con la independencia no finalizó la influencia colonial. Las antiguas potencias coloniales, junto a las dos nuevas grandes superpotencias, la URSS y los EEUU siguieron entrometiéndose en los asuntos internos de países que, al menos de palabra, reconocían como soberanos.

El patrón común de estas injerencias consistió en desestabilizar a los gobiernos que trataban de exhibir alguna independencia política real, así como a los que eran respaldados por otra gran potencia rival. A la vez se intentaban implantar y sostener a aquellos gobiernos títeres que permitían condiciones comerciales muy ventajosas. Vaya a los que daban carta blanca al espolio.

“Con la independencia no finalizó la influencia colonial”

En Burkina Faso conocieron bien este fenómeno. La ex colonia francesa alcanzó su independencia como Alto Volta en 1960, aunque la influencia francesa apenas disminuyó hasta la llegada al poder del capitán Sankara.

Este militar no ganó ningunas elecciones. Tampoco habría podido, pero, en 1983 su golpe de Estado tuvo un notable apoyo popular. Sankara era el Primer Ministro, pero sus disputas con el Presidente Ouédraogo, también militar, provocaron su arresto domiciliario. Sus partidarios civiles y militares le liberaron, para derrocar a Ouédraogo.

En el centro, capitán Thomas Sankara, Presidente de Burkina Faso (1983-1987).

Durante su mandato, por supuesto, no todo fue maravilloso. Sus tribunales populares, por ejemplo, no revestían los mínimos estándares judiciales -tampoco es que los tribunales anteriores o posteriores cumplieran dichos estándares. Su gobierno pecó de autoritarismo, aunque también castigó severamente la corrupción, implementó programas para universalizar, aunque fuese un mínimo acceso sanitario. Los mismo hizo con la educación. Cambió el nombre del país, deshaciéndose de la denominación colonial «Alto Volta», en favor de Burkina Faso, literalmente «tierra de hombres honorables» en moreé. También se convirtió en el primer líder africano y un pionero mundial en defender los derechos de las mujeres.

A nivel internacional, suele ubicarse a Sankara en el bando soviético de la Guerra Fría. Sus fotos con Fidel Castro y otros líderes comunistas corroborarían esta imagen. Por no hablar de que, popularmente, se le conoció como el Che Guevara africano. No obstante, hemos de matizar que Sankara se hubiese aliado con el mismo diablo si le hubiese ayudado a sacudir la influencia francesa sobre su país.

“suele ubicarse a Sankara en el bando soviético de la Guerra Fría […] se le conoció como el Che Guevara africano

Su ideal político era el panafricanismo, la cohesión de países africanos y, si era posible, la unificación nacional del continente. Durante sus últimos dos años en el poder, revirtió varias políticas de nacionalización, descontento con los sucesivos incumplimientos de la URSS cuyo comportamiento hacia su país no difería demasiado de las potencias coloniales.

Aún se resuena el eco de su discurso en Adis Abeba, durante la cumbre de Jefes de Estado africanos de 1987: “Si sólo Burkina Faso se niega a pagar la deuda, yo no estaré en la próxima conferencia”. Tres meses después, caía asesinado.

“Sankara: «Si sólo Burkina Faso se niega a pagar la deuda, yo no estaré en la próxima conferencia». Tres meses después, caía asesinado”

Su asesino directo fue su sucesor, el Presidente Compaoré quien derrocó a Sankara de un golpe de Estado, este sí estrictamente militar. ¿Pero quién pagó el golpe? De acuerdo con Prince Johnson, señor de la guerra liberanio, fue el ex Presidente de Liberia, Taylor uno de los grandes involucrados.

Hay que matizar, que Taylor no llegó a Jefe de Estado hasta 1997. En aquellos años dirigía un grupo armado más de los muchos que había en la zona. Si tuvo implicación en el golpe y posterior asesinato de Sankara tampoco parece que fuese por iniciativa personal. Del mismo modo que, aunque no existe pruebas definitivas, los indicios del asesinato de otro líder africano, el Primer Ministro congoleño Lumumba, apuntan a la participación de los servicios secretos belgas, en el magnicidio de Sankara todas las pruebas circunstanciales señalan a Francia.

Patrice Lumumba, el héroe de la independencia de la República Democrática del Congo y su Primer Ministro, desde la independencia del país (1960) hasta su asesinato en 1961.

La otra herida del colonialismo es el populismo político. Señalar al colonialismo, a los europeos, a los blancos, ha proporcionado a algunos gobernantes africanos un magnífico chivo expiatorio para mantener elevada su popularidad, a pesar de su brutal corrupción, sus abusos de poder o su incompetencia. Agitan el anticolonialismo no para reivindicar justicia o defender la verdad histórica. Si lo hicieran no les resultaría tan fácil hacer negocios con esos expoliadores racistas. Más bien encubren sus propios crímenes y abusos con los del pasado.

Esto vive hoy Burkina Faso, de nuevo bajo un dictador militar, Ibrahim Traoré, en el poder des del pasado 30 de septiembre, cuando derrocó al dictador militar Sandaogo Damiba. Supuestamente, Traoré se propone restaurar la democracia y si expulsó a Damiba no fue por ambición personal, sino porque no sabía combatir a Boko Haram. La misma excusa había usado Damiba para echar al anterior Presidente.

“La otra herida del colonialismo es el populismo político”

Traoré aprovecha su juventud y profesión para compararse a Sankara. Ambos han llegado a la presidencia con apenas treinta años y ambos son militares. Ahí acaban sus similitudes. Traoré carece de un programa político.

Sus contactos con Rusia empezaron a través de los mercenarios del Grupo Wagner que le asistió en la lucha contra Boko Haram. Ahora parece convencido de que si abre las puertas de su país a las fuerzas armadas rusas estas lo mantendrán en el poder.

“Los contactos de Traoré con Rusia empezaron a través del Grupo Wagner”

A sus ciudadanos se lo ha vendido como un gran éxito. ¡Por fin un gobernante que echa a los franceses! Y la noticia no sería mala, si Burkina Faso se hubiese cubierto sus espaldas financieramente. Si el gobierno burkinés se hubiese garantizado su seguridad interna frente a los grupos terroristas. Pero no lo ha hecho.

Traoré tampoco acepta que se convoquen elecciones libres. Se arriesgaría a perder el poder o a tener que compartirlo con otros. A esta condición supeditan su ayuda los socios de la Comunidad Económica del África Occidental, organización en que la membresía de Burkina Faso se encuentra suspendida desde el golpe de Damiba que derrocó al Presidente legítimo en enero de 2022.

«Traoré tampoco acepta que se convoquen elecciones libres»

Para sostener su precario y despótico gobierno, Traoré cambia a una potencia tutelar por otra. La pregunta, casi retórica, es ¿pueden los burkineses esperar de los rusos mejor trato que de los franceses?