El Volga (nombre de origen eslavo que quiere decir “húmedo”) no solo es el río más largo y caudaloso de Europa, sino que se puede considerar el alma de Rusia por el papel fundamental que ha desempeñado en la conformación de la historia, la cultura y estilo de vida de los rusos europeos. Conocido como Rha para los escitas e Itil según los turcos, se le conoce simplemente por el apelativo femenino y familiar, muy usado en el folklore ruso, “Madre Volga”, que indica la relación tan especial que hay entre este río y los habitantes de su cuenca.
«Actualmente el Volga es navegable en casi todo su recorrido gracias a las enormes obras de acondicionamiento realizadas fundamentalmente durante la segunda mitad del siglo XX»
Y es que desde los tiempos antiguos el Volga ha sido una arteria de trasmisión de vida. Su importancia se remonta a los tiempos antiguos cuando la cuenca del río vio el desarrollo de la civilización proto-indoeuropeo. Fue el confín del fin de la tierra para los griegos, y durante el siglo I D.C. el río fue utilizado para el comercio y el transporte por los Slavics, los búlgaros y los Khazars asentados en diferentes partes de su cuenca, incrementando el comercio con Asia Central. Con el tiempo se fue aumentando la superficie cultivable en su cuenca, y fue el teatro de operaciones de las correrías mongolas y el lugar donde se fraguó el mito de Stenka Razin, el “Pirata del Volga” y líder de los legendarios cosacos durante el siglo XVII. Ya más recientemente y tras la II Guerra Mundial, el valle del Volga comenzó a concentrar una parte importante de las actividades industriales de Rusia. Actualmente el Volga es navegable en casi todo su recorrido gracias a las enormes obras de acondicionamiento realizadas fundamentalmente durante la segunda mitad del siglo XX, atravesando a lo largo de su curso los inmensos bosques de coníferas del norte hasta terminar en los bajíos cubiertos de cañaverales a la altura de Astracán, al norte del Caspio, uno de los deltas más extensos de la tierra y durante mucho tiempo hogar de poblaciones mongolas y turcas. Recorre mesetas, llanuras, praderas y pantanos; ciudades históricas, iglesias ortodoxas, gentes de variada etnia… en definitiva, la esencia de la Madre Rusia.
«un río tan vinculado al alma rusa tenía que tener su reflejo en la cultura popular»
Y por supuesto, un río tan vinculado al alma rusa tenía que tener su reflejo en la cultura popular. Así, antes de las obras de acondicionamiento para que las embarcaciones remontasen algunos tramos del río Volga, era necesario que los remeros arrastraran los barcos tirando de ellos por medio de sogas. Para sobrellevar esta durísima tarea los hombres cantaban. Estos cantos fueron escuchados por el compositor Mili Balákirev que los recogió y publicó en un libro sobre canciones populares rusas, titulándolo “el Canto de los remeros del Volga”. Pero sería el cantante de ópera Fiódor Ivánovich el más famoso cantante de ópera ruso de la primera mitad del siglo XX y uno de los mitos del canto operístico de todos los tiempos, quien lo popularizaría, convirtiéndolo en un himno oficioso, que sería más tarde adaptado por Manuel de Falla, suyos derechos cedió a los millones refugiados rusos desplazados por la I Guerra Mundial.
Y si en la música el Volga ha sido protagonista estelar de muchas de las canciones folklóricas rusas, el inmenso río también ha sido plasmado en numerosas obras pictóricas, como en la maravillosa obra “Los sirgadores del Volga” firmada por Ilya Repin. Este óleo, que se puede observar en el Museo Estatal Ruso de San Petersburgo, es uno de los ejemplos más famosos del arte realista ruso. Tras la presentación de este cuadro Ilya Repin, se convirtió en el cabecilla de un grupo artístico llamado los Peredvízhniki (Itinerantes), artistas que rechazaban el arte académico y pintaban obras realistas, cuya temática se centraba sobre todo en la crítica social y en la vida del mundo rural. Los Peredvízhniki organizaban exposiciones itinerantes por las provincias rusas, con el objetivo de acercar su arte revolucionario a las masas. En este cuadro, Repin quiso retratar a los denominados sirgadores, que eran los encargados de arrastrar los barcos río arriba en sentido contrario a la corriente. Se puede ver como en el mástil del barco que están arrastrando ondea la bandera rusa que el artista la ha pintado boca abajo para mostrar su desacuerdo con una Rusia que obliga sus ciudadanos a trabajos como este, mientras que a la derecha del cuadro, en la lejanía, podemos ver un pequeño barco de vapor que simboliza la llegada de los nuevos tiempos. El lienzo de Repin impactó por su realismo sin concesiones y la dignidad de las figuras representadas, siendo una obra fundamental de la pintura rusa de finales del XIX.
«El lienzo de Repin impactó por su realismo sin concesiones y la dignidad de las figuras representadas, siendo una obra fundamental de la pintura rusa de finales del XIX»
El Volga y sus bateleros también han sido protagonistas de diferentes películas, destacando “los bateleros del Volga”, obra del famoso director Cecil B. DeMille, rodada en la década de los 20´s, y que en los años 60´s tendría una segunda versión.
Pero el Volga es algo más que una fuente de inspiración para artistas, llegando a tener un vínculo cuasi religioso con la población rusa. Y así, en el año 2004 el Padre Ghennandij fundó la iglesia de San Vladimir de Volgogrado, la primera iglesia flotante autopropulsada del mundo que recorre el río Volga entre junio y septiembre, llegando a las poblaciones más remotas de la estepa rusa como por ejemplo Astrakan y Saratov. La función de esta iglesia es alcanzar poblaciones que viven casi aisladas y raramente cuentan con un sacerdote propio o una iglesia.
Y es que el río Volga se puede considerar como una parte esencial de Rusia y es necesario conocerlo para poder entender la cultura milenaria de la estepa y la idiosincrasia tan especial de su población. Bienvenidos al Volga. Bienvenidos a Rusia.