Los equipos están situados en el centro del terreno de juego, mirando fijamente al palco de autoridades. Entonces ambos conjuntos levantan a la vez su brazo derecho, perfectamente extendido. Las autoridades nazis sonríen. No todos los días uno tiene a la selección de fútbol de Inglaterra, nada menos que los inventores del juego, haciéndole el saludo nacional-socialista en el mismísimo Berlín…
«No todos los días uno tiene a la selección de fútbol de Inglaterra, nada menos que los inventores del juego, haciéndole el saludo nacional-socialista en el mismísimo Berlín…»
Aquel partido, quizás el más vergonzoso de los Pross (pese a la amplia victoria por seis goles a tres) contiene una intrahistoria fascinante en la que fútbol y política se juntan de forma dramática desplazando al mero deporte. En primer lugar hay que señalar que el encuentro no era, en modo alguno, improvisado, sino que resultaba la devolución de una visita que la selección nazi hizo a White Hart Lane en 1935. Aquel día los ingleses vencieron por tres goles a cero y los jerarcas nazis, envalentonados, solicitaron una revancha que tendría lugar en el Olímpico de Berlín el 14 de mayo de 1938. Claro que entre ambas fechas muchas cosas habían cambiado. Por de pronto el régimen de Hitler se mostraba más agresivo que nunca. Los ataques a los judíos eran cada vez más frecuentes (en noviembre de 1938 tendría lugar la fatídica Noche de los cristales rotos), sus amenazas bélicas se iban concretando (en octubre de 1938 se anexionaría amplios espacios de Bohemia, Moravia y Silesia con mayoría germana) y apenas unos meses antes, en marzo, el antiguo cabo había conseguido su anhelado Anchsluss, incorporando Austria a su Reich Milenario. En otras palabras, en ese 14 de mayo de 1938 el tablero de la Segunda Guerra Mundial estaba más que planteado, y el baño de sangre parecía solo cuestión de tiempo.
Con todo, las grandes potencias europeas seguían contemporizando con los nazis, cediendo a las pretensiones de Hitler e incluso mostrando amplias sonrisas en sus reuniones bilaterales. Los franceses Léon Blum, primero, y Dadalier más tarde, y el británico Arthur Neville Chamberlain se mostraban timoratos, deseosos de mantener la paz por encima de cualquier otra consideración, y no dudaban en hacer ciertos “guiños” al dictador alemán. Ambos tenían, además, florecientes partidos fascistas en sus propios países, por lo que el equilibrio parlamentario de esas democracias pendía en aquellos momentos de un hilo.
Es en este contexto en el que Inglaterra acude a jugar frente a la Selección Alemana en mayo de 1938. En la tribuna, y ante más de 100.000 enfervorizados hinchas, la bandera con la cruz gamada ondea orgullosa. En el palco de autoridades varios jerarcas nazis hacen olvidar la ausencia de Hitler, a quien nunca le gustó demasiado el fútbol, que consideraba decadente y popular…
Dicen que la idea de que los ingleses hicieran el saludo nazi fue tomada, a partes iguales, por los nefandos Nevil Henderson, embajador inglés en Berlín, y Stanley Rous, secretario de la FA. Sobre sus intenciones no hay unanimidad: unos piensan que buscaban no crear problemas con el régimen nazi, otros lo ven como un giño a Hitler, e incluso los hay que consideran el saludo como un gesto de educación en país extranjero…El caso es que la fotografía de la infamia ha pasado a la historia del fútbol. Los ingleses, brazo en alto, símbolo nazi, en mitad de un estadio abarrotado.
«Dicen que la idea de que los ingleses hicieran el saludo nazi fue tomada, a partes iguales, por los nefandos Nevil Henderson, embajador inglés en Berlín, y Stanley Rous, secretario de la FA»
¿Y los jugadores? Quizá la mejor forma de explicar lo que sintieron en aquel momento sea citar el libro de memorias de Eddie Hapgood, el capitán inglés: Estuve en Suiza, Rumania, Hungría, Checoslovaquia, Holanda, Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Noruega, Dinamarca, Suecia y Yugoslavia, estuve en un naufragio, en un choque de trenes y a centímetros de un accidente de avión. Pero el peor momento de mi vida, y uno que no repetiría por propia voluntad, fue cuando hicimos el saludo nazi en Berlín. Lo cierto es que los futbolistas se mostraban renuentes a hacer el gesto, y alguno se encaró con Stanley Rous en el mismo vestuario al conocer la orden. Incluso, si hacemos caso a Simon Kuper, que ha estudiado el incidente, el propio Hapgood invitó a Rous a meterse su saludo nazi “directamente por el culo”.
Al final el partido, el partido de la vergüenza, el partido que Inglaterra quiere olvidar, comenzó, y los ingleses se adelantaron en el marcador. Len Goulden, al anotar el primer gol, se volvió al palco, donde estaba Rous, y dicen que gritó “saluda esto ahora”…