Béla Braun es un escritor mexicano polifacético. Porque también podemos definirle como periodista, y como músico, otra de sus pasiones. Este joven creador publicó por primera vez en 1989 y desde entonces ha dejado huella en revistas como Punto de Partida, Picnic, Travel & Leasure, Marvin y otros medios nacionales e internacionales. Hablamos con él en la vorágine de la publicación de «Solo que Marla no volverá», su segunda novela tras «Sacrificio», en la que se adentra las cloacas del tráfico y la explotación de mujeres en México.
¿Quién es Béla Braun?
A menudo me hago esa pregunta. Creo que descubrir quiénes somos, de dónde venimos y para qué estamos aquí es una importante misión espiritual del ser humano. Es probable que, más que una misión de descubrimiento, se trate, acaso, de un proceso de invención y reinvención constante. Para un artista se trata de un trabajo fundamental y creo que lo primero que hay que hacer es tener claro qué no somos o quiénes no somos: qué no queremos. Lo que sí puedo responder con claridad es qué hago: escribo, compongo y toco música, juego billar y ajedrez, practico artes marciales y trabajo a tiempo completo en una empresa, como gerente de comunicación, para poder solventar mis verdaderas pasiones.
¿Qué experiencia te ha dejado la escritura de “Solo que Marla no volverá”?
Ha sido un proceso apasionante. La novela se reveló en un sueño y muy pronto encontré la voz narrativa. A partir de ese momento las cosas fluyeron estupendamente y logré escribirla en relativamente poco tiempo. He regresado al texto en al menos cinco ocasiones y cada vez me ha parecido que la escribió alguien más. Esa sensación, la de haber sido poseído por una fuerza incalculable, me llena de vigor y de sentido. Concibo al arte así, no tanto como un proceso creativo sino como uno de descubrimiento. El artista se somete a fuerzas que no solo no controla sino que acaso atisba; fuerzas increíblemente poderosas que deben manifestarse a través del artista. Hacer una obra de arte implica desaparecer, hacerse a un lado para que aquello que tiene que ser dicho pueda fluir con claridad.
¿Cuál es el mayor reto al que te enfrentaste cuando comenzaste a escribir esta novela?
En concordancia con la anterior respuesta, el mayor reto que enfrenté fue deshacerme de mí mismo, de mi propia voz, para que la voz de ese protagonista, cuyo nombre no conocemos, lograra manifestarse, contarnos su historia. Ese trabajo nunca es perfecto y, claro, a veces mi voz se cuela entre las líneas que componen Solo que Marla no volverá, pero creo que, al final, eso es parte del encanto de toda obra narrativa. Otro reto importante fue dar con el final de la novela. A mis editores, que siempre fueron muy profesionales y, a la vez, generosos, no les convencía el final que yo propuse originalmente. Creo que ensayamos tres o cuatro propuestas distintas hasta que a mí mismo me quedó claro que había encontrado la solución perfecta. Un final lo bastante ambiguo como para huir de ciertos convencionalismos de los que hasta entonces había sido sujeto y, por otra parte, lo bastante claro como para que un lector atento logre hallar paz al final de un largo y tortuoso camino.

¿Cómo describirías tu rutina de escritura?
Tengo una aversión casi ontológica a las rutinas. Especialmente cuando se trata de temas creativos. Respeto a esos escritores que se sientan todas las mañanas, en punto de las 8:00, café al lado, y se ponen a escribir, digamos, hasta mediodía, pase lo que pase y salga lo que salga; los respeto, decía, pero no comparto esa visión el quehacer artístico. Yo escribo por necesidad. Una necesidad espiritual. Y sé, porque así lo vivo, que las líneas que valen la pena surgen cuando tienen que surgir. Brotan como el agua de un manantial insospechado y son imparables y prístinas. Yo me siento a escribir cuando el afluente de contenido inconsciente que debe convertirse en un texto literario se ha acumulado y necesita hallar una salida a través de mí. Es un proceso inevitable que sufro y disfruto con la misma intensidad. Puedo escribir a cualquier hora y en cualquier lugar. Para esta novela, sin embargo, me puse como candado la barrera de las tres cuartillas. Solo escribía esa cantidad de texto cada vez. Así logré (al menos eso espero) que la novela conservara el ritmo, la fuerza y la calidad literaria de principio a fin.
¿Cómo ha sido la labor de documentación para poder transmitir todo lo que conlleva el argumento de “Solo que Marla no volverá?
No me gusta investigar para escribir una novela. Para eso está el periodismo, que no solo respeto sino que practico profesionalmente desde hace más de 20 años. Por eso mismo, suelo situar mis novelas en territorios y contextos que conozco. Mi primera novela (indédita) cuenta la historia de un practicante de artes marciales; la segunda (Sacrificio, Nieve de Chamoy, 2017) es la historia de un ajedrecista; Solo que Marla no volverá transcurre en el submundo del billar a tres bandas en dos ciudades de mi país (cuyos nombres omito deliberadamente en el texto, porque pienso que una novela debe sostenerse más allá de su contexto y de las referencias culturales o políticas que en ella afloran), escenario que conozco bien y sobre el que puedo escribir con soltura, sin temor a decir estupideces como aquellas en las que incurren quienes pretenden escribir de mundos que desconocen. No daré ejemplos.
¿Cómo animarías a un lector para que comprase tu libro?
Mis editores odiarán esta respuesta. Hoy en día se produce (y se ha acumulado ya) tanta literatura, que es de una petulancia extrema pedirle a un lector que te conceda el favor de su tiempo. Hay toneladas de grandes libros por leer. No pretendo que el mío sea más que uno entre todos ellos. Sin embargo, creo que para aquellos que todavía valoran la literatura, pueden hallar en esta novela un hálito refrescante, irreverente, perverso, provocador. Es una novela intensa, divertida, cargada de un humor negro no siempre inmediatamente accesible, y que se puede disfrutar y sufrir, como me ocurrió al escribirla, de principio a fin. Es una novela muy honesta, en todo caso, y eso, me temo, ya constituye una rareza en un mundo (el editorial) que ha reculado a favor de los intereses comerciales más mezquinos, y que se ha olvidado de la literatura, del arte. Para los lectores de España, por ejemplo, creo que es particularmente interesante mi novela porque está escrita en un español mexicano riquísimo, divertido e inusual en el panorama literario de nuestros días. Si eres un apasionado de la lengua y te interesa saber como hablan-piensan-escriben los autores del otro lado del Atlántico, esta novela te va a encantar.
«Es una novela muy honesta, en todo caso, y eso, me temo, ya constituye una rareza en un mundo (el editorial) que ha reculado a favor de los intereses comerciales más mezquinos, y que se ha olvidado de la literatura, del arte».
¿Cuánto hay de ti en los personajes?
En la psicología Gestalt se dice que, en un sueño, uno es todos los personajes que aparecen. De cierta forma, creo que pasa lo mismo en la literatura. Finalmente, es de uno mismo de donde brotan las voces de todos los personajes. Al menos es uno el filtro por donde todas ellas pasan antes de materializarse. El protagonista de Solo que Marla no volverá es, como yo, un tipo de mediana edad que vive inmerso en el mundo del billar. Es un misántropo humanista, un caliente (como le decimos en México a la gente que piensa demasiado en sexo) y un idealista. Hay mucho de mí en ese personaje. Más de lo que yo quisiera.
¿Es tan dura la realidad de las mujeres con pocos recursos en México?
Sí, es durísima. En México, la vida es dura para casi todos. El machismo y la misoginia son solo parte de los enormes problemas estructurales que vive este país, maravilloso por lo demás, donde la desigualdad social supone un reto existencial para la mayor parte de la población. La violencia de género es terrible en México. Es un problema que nos lastima profundamente y que se expresa de forma cotidiana en el acoso callejero y, por desgracia, también en las cifras de feminicidios, de esclavitud sexual. En México hay pequeñas ciudades que sustentan su economía en el comercio sexual de mujeres jóvenes. La periodista Lydia Cacho evidenció (y fue torturada y perseguida por eso) los vínculos entre el poder político y las complejas redes de trata de personas que operan en México, casi siempre con total impunidad. Yo nunca pretendí invadir el terreno del periodismo al escribir esta novela. El tema de la novela no es ni la trata de personas ni el billar. Pero es inevitable que la realidad, el contexto del autor asomen en la obra. En «Solo que Marla no volverá» esos personajes perturbadores aparecen porque están en la mente de cualquiera que conozca la realidad del país: los narcos, los tratantes de personas, los políticos corruptos… las quince mil formas de la abyección humana que en México han sabido prevalecer, ante la ausencia de un Estado mínimamente capaz de regular la vida pública con base en fundamentos éticos, ya no digamos morales.
¿Cuándo y cómo se despertó en ti la vocación literaria?
Crecí en una casa repleta de libros. Mis padres eran grandes lectores y mi hermana mayor, la poeta y editora Mónica Braun, sembró en mí, desde muy temprana edad, esa curiosidad por la escritura. Cuando aún era un niño, ella me llevaba a sus clases de Filología o de Generación de ’27 en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la universidad más prestigiosa de América Latina. También la acompañaba a sus talleres de poesía. Sin duda, le debo a ella el haber hallado mi vocación. A los 12 años de edad (cuando publiqué dos poemas en un suplemento cultural de un diario mexicano) ya sabía que quería ser escritor.
«Yo nunca pretendí invadir el terreno del periodismo al escribir esta novela».
¿Quiénes son tus referentes literarios?
Hay decenas de ellos. Mencionaré a unos pocos: Mario González Suárez, entrañable amigo y maestro, dos veces ganador de premios nacionales de literatura, es uno de los más importantes. Efrén Hernández, un escritor desconocido e increíblemente brillante, es otro. El húngaro László Krasnahorkai me vuela la tapa de los sesos. Los novelistas estadunidenses del siglo XX me fascinan: Kennedy Toole, Palahniuk, Miller, Steinbeck, Capote… El magnífico Rafael Bernal, autor de El complot mongol, es y será siempre una influencia entrañable. También amo a Haruki Murakami. Su capacidad de mostrar posibilidades, de torcer la realidad hasta hacerla sangrar, me parece muy admirable. La joven mexicana Fernanda Melchor es también una gran referencia para mí. Creo que es la mejor escritora mexicana de la última década.
¿Hay esperanza para México?
Yo pensaba que no. Luego vino el terremoto del 19 de septiembre de 2017 y entendí que estaba equivocado. Vi a jóvenes de menos de 30 años arriesgar sus vidas para salvar a completos desconocidos de entre los escombros; vi a mujeres proveer comida y bebida en abundancia para los rescatistas; vi a gente heroica y amorosa volcarse al trabajo incansable, por días y noches eternos, en pos de la vida de la esperanza. Luego, México votó por la izquierda por primera vez en su historia. Ambos sucesos me devolvieron la fe en mi país, en mi gente. México es una nación asombrosa que lo ha resistido todo. En México se produce arte y cultura como en pocos sitios del mundo. En México todo es posible: la bestialidad más desgarradora y la generosidad más luminosa. Claro que hay esperanza. Pero también escribí algún día: “nada duele tanto como la esperanza.”
¿En qué estado se encuentra actualmente el panorama editorial mexicano?
La vorágine capitalista ha ido arrasando con todo a su paso y la literatura no es la excepción. El hecho de que dos inmensos consorcios trasnacionales hayan acaparado 95% de la producción editorial no puede ser sino un signo nefasto. Hay que ver el cartel que presentó Penguin Random House para la FIL de Guadalajara (la feria del libro más importante del continente) 2019. Digamos que hay en México muy poco espacio para la literatura y mucho para la basura editorial. Hay pocos lectores también. Sin embargo, siempre ha habido y habrá grandes escritores. También hay editoriales independientes que, con sus muchas limitaciones, siguen apostando por el arte. A mí, sin embargo, me fue más sencillo publicar en España, en la hermosa editorial Drácena, que en México. Así de duro es el panorama para quienes pretendemos publicar en mi país.
«México es una nación asombrosa que lo ha resistido todo. En México se produce arte y cultura como en pocos sitios del mundo».
¿Qué tiene que hacer la literatura hispanoamericana para seguir conservando su importancia histórica?
Apelar al lenguaje. Nada le hace tanto daño a la literatura como la pretensión de escribir en un tono neutral o universal. Latinoamérica posee una riqueza lingüística y cultural que no tiene nada que envidiarle a Europa, menos a Estados Unidos. La literatura de este continente debe apostar por la singularidad de cada uno de los españoles que se hablan en los distintos países, y por la independencia estética, ontológica y artística de cada autor. Uno podría dedicar toda su vida a leer a autores latinoamericanos brillantes y no terminar nunca. La clave está en resistir, en oponerse, en gritar con furia. Aquí estamos, cabrones, y tenemos muchas cosas que decir.