“Cumple la Secretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la Señora Eva Perón serán conducidos mañana, al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente”
Así se anuncio oficialmente el 26 de julio de 1952 el fallecimiento de Eva María Ibarguren, más conocida como Eva Perón, debido a un cáncer de útero. Tenía 33 años y no se puede decir como es moneda común en estos casos que con su muerte había nacido un mito, porque Evita ya lo era en vida, tamaño XXL, como son los mitos en Argentina. Era la líder de los descamisados, la abanderada de los humildes, etc. etc. La mitad más uno de la Argentina lloraba su muerte. La otra mitad suspiraba aliviada. Con la muerte de Eva Duarte comenzaría una de las historias más rocambolescas (lo que es mucho decir) de la de por sí muy rocambolesca historia del país austral.
Hay que partir de que Eva Perón fue algo más que la mujer del General Juan Domingo Perón. Y en la Argentina si eres “algo más”, eres “mucho más”. En los 8 años que trascurrieron entre que conoció en un acto benéfico al dirigente argentino hasta su muerte, Evita revolucionó los tradicionales y anquilosados estándares de la vida pública y política argentina. Para comenzar colaboró de una manera muy activa en la campaña electoral donde su marido obtendría la presidencia en las elecciones de 1946 y no sólo fue la primera mujer en acompañar a su marido en sus giras políticas, sino que participó activamente en los mítines. Desafió a la Argentina tradicional y tuvo su apoyo principal en los “cabecitas negras” (habitantes del extrarradio conurbano más pobre de Buenos Aires). Y gran parte de esa sociedad rural y burguesa, de Palermo y Olivos, conservadora y europeizada, nunca se lo perdonó. “Viva el cáncer”, se llegó a leer en pintadas cerca de la Casa Rosada cuando se conoció la enfermedad de Evita.
«Eva Perón fue algo más que la mujer del General Juan Domingo Perón. Y en la Argentina si eres “algo más”, eres “mucho más”
El día de su muerte, siguiendo instrucciones precisas del Gobierno, se detuvieron durante dos minutos todos los relojes oficiales de la Argentina. Las tiendas fueron cerradas y las emisoras de radio suspendieron toda su programación para sólo emitir música clásica. Se declararon 72 horas de duelo y durante un mes todas las organizaciones argentinas, ya fueron peronistas o adversarias, políticas o no, tuvieron la obligación de empezar a colaborar en actos de homenaje a la lideresa fallecida. Jamás se había visto nada igual en la Argentina, (y en el país austral se habían visto muchas cosas) y jamás se volvería a ver. Dos millones de personas acompañarían al cuerpo embalsamado de la esposa del General, 14 días duró el velatorio, y la cola para dar el último adiós llegó a ocupar más de 40 manzanas. Fue algo monstruoso, excesivo incluso para un país como Argentina, con unas exequias que superaron todo lo imaginable y con altares espontáneos jalonando las calles. ”Y la Argentina detuvo su corazón” tituló Edward Cronjager el documental donde filmó los días siguientes a la muerte de Evita, siendo la primera vez que se filmaba en color en la Argentina.
Y es que menos de 7 años de vida pública le había servido a Evita para convertirse en la líder espiritual de ese conglomerado extraño, incomprensible y fascinante que era (y es) “el peronismo”. Tras velarse su cuerpo durante diez días, el cuerpo fue trasladado al edificio del Congreso, escoltado por más de 15.000 soldados y seguidos por una multitud encabezada por el mismo Perón. La idea era que el cuerpo descansara en “el Monumento al Descamisado” un proyecto que ella había impulsado y que con su muerte prematura se modificó para que allí pudiera ser enterrada. Mientras se terminaba el mausoleo permanecería en el edificio central de la CGT (el principal sindicato peronista), encargando Perón el embalsamiento al doctor Ara, un médico español.
«Dos millones de personas acompañarían al cuerpo embalsamado de la esposa del General, 14 días duró el velatorio, y la cola para dar el último adiós llegó a ocupar más de 40 manzanas. Fue algo monstruoso, excesivo incluso para un país como Argentina»
Pero en Argentina el presente es extraño y el futuro nunca llega, así que el 23 de Septiembre de 1955 Juan Perón es derrocado, teniendo que tomar camino del exilio. El peronismo se convirtió en un movimiento ilegal, llegándose a tipificarse como delito la sola mención a su mesiánico líder. Con Perón fuera del país y sus principales dirigentes encarcelados, el recuerdo de Evita se hacía cada vez más presente entre los simpatizantes peronistas, convirtiéndose su cadáver en un lugar de culto y peregrinaje, cosa que los nuevos gobernantes del país no estaban dispuestos a consentir. Así, el 22 de noviembre por órdenes del dictador Pedro Eugenio Aramburu, un comando de marinos (Argentina es así) con el Jefe del Servicio de Inteligencia militar el Teniente Coronel Carlos de Moori Koenig al frente, irrumpen en la sede del sindicato peronista para llevarse el cadaver de Evita, comenzando uno de los más surrealistas (quizás dadaístas) secuestros del Siglo XX.
La primigenia idea de Aramburu era enterrar el cadáver en la clandestinidad, pero Koning estuvo paseando el cadáver durante varios meses por Buenos Aires dentro del furgón de una floristería, y tras intentar depositarlo en una de las sedes de la Marina (considerada la unidad más antiperonista del Ejercito), acabará depositado en una buhardilla en la casa del Mayor Eduardo Aranda, su mano derecha, que en una noche de confusión oyó ruidos y creyendo que los peronistas habían descubierto el escondite y habían entrado en su casa para rescatar el cadáver, la emprendió a tiros con el resultado de la muerte de su esposa embarazada. Cuentan que Koenig estaba obsesionado con el cadáver, y después de este incidente decidió guardar el cadáver en su despacho, situándole en poses grotescas y de pie, enseñándoselo a sus visitas e incluso abusando sexualmente de él. Llegados estos rumores a los oídos de Aramburu, el dictador encarga al Coronel Cabanillas la que se conocerá como “Operación Evasión”, que consistía en hacer pasar los restos de Evita por los de otra mujer, una viuda italiana llamada María Maggi de Magistris, y darle sepultura en un cementerio de Milán. Las versiones se multiplican, corriendo el rumor de que los militares realizaron tres copias de cera del cuerpo embalsamado, siendo enterrada una de las figuras en otro cementerio italiano, otra en Bélgica y la última en Alemania.
«Cuentan que Koenig estaba obsesionado con el cadáver DE EVITA, y decidió guardar el cadáver en su despacho, situándole en poses grotescas y de pie, enseñándoselo a sus visitas e incluso abusando sexualmente de él»
Se puede entender que los militares argentinos no enterraran el cuerpo de Evita en Buenos Aires para evitar crear un lugar de culto para los peronistas, pero ¿Porqué no cremarlo o hacerlo desaparecer de otra manera? La razón, extraña y absurda, era que los milicos eran “católicos” y como buenos creyentes debían garantizar a Evita que tuviera cristiana sepultura (en esa época, la Iglesia prohibía absolutamente la cremación). Durante 15 años contadas personas conocerán el paradero del cuerpo de Evita Perón, hasta que en 1970 miembros de los Montoneros, en ese momento un desconocido grupo terrorista de orientación peronista, secuestraban a Aramburu en un confuso y nunca bien aclarado episodio, exigiendo la aparición el cuerpo del mito peronista. Al no cumplirse sus demandas, Aramburu sería ejecutado poco después. Sospechosamente meses más tarde, el presidente Lanusse inició el deshielo con el peronismo y como gesto decide devolver los restos de Evita, iniciando la Operación Devolución, siendo exhumados los restos el 1 de septiembre de 1971.
Tras un extraño periplo por Italia, Francia y la propia España, el cadáver fue entregado al General Perón en su residencia madrileña, en presencia de su tercera esposa, Isabel Martinez. Perón tras comprobar su estado, acusó a los militares argentinos de haberse ensañado cruelmente con el cuerpo, ya que presentaba cortes, la nariz destrozada, así como un dedo amputado. El General regresaría a la Argentina en junio del 1973, pero sin el cadáver de Evita, corriendo el rumor de que el asistente personal de Perón, el tenebroso José Lopez Regá, celebraba misas de carácter esotérico en presencia del cadáver con el objetivo de lograr poseer el alma de Evita y su carisma. Los montoneros, dando una nueva vuelta de tuerca a la historia, secuestrarán el cadáver de Aramburu, exigiendo para su devolución que se repatriara el de “la compañera Evita”. Sería Isabelita una vez muerto Perón quién traería a la Argentina el cadáver de Evita, apareciendo ese mismo día el cadáver del ex presidente Aramburu. El gobierno comenzó a proyectar el Altar de de la Patria, un gran mausoleo que albergaría los restos de Juan Perón, Eva Duarte de Perón y todos los próceres de la Argentina, como símbolo de unión del país. Pero la odisea del cadáver no iba a terminar todavía, ya que con el golpe militar de 1976, el cadáver de Eva Duarte volvería a ser cambiado de sitio, abandonando la Quinta de Olivos (residencia oficial del presidente argentino) para ser enterrado en el Panteón familiar de los Duarte, bajo estrictas medidas de seguridad, a 8 metros bajo tierra y protegido por varias planchas de acero, donde reposa en la actualidad.
Sin duda el cadáver de Evita fue un juego de opuestos, un trofeo de guerra para los opositores y una banderín de enganche para los militantes peronistas. Porque la vida de Evita no termino con su muerte, ni siquiera con su entierro. Ya lo cantaba la muchachada peronista
“Con los huesos de Aramburu vamos a hacer una escalera, para que baje desde el cielo nuestra Evita Montonera”